Hay que ver lo cruel que es el mundo de la televisíón. Hoy estás en la cresta de la ola, creyéndote el rey del mambo, y mañana puedes sufrir en el más absoluto olvido. Por eso hay que tener la cabeza bien amueblada para gestionar de una manera posible los ahorros, pero también la fama. Hace dos semanas conocimos en Pesadilla en la cocina a un tal José Luis, que hace unos años era el famoso azafato del popular Lo que necesitas es amor. Y hoy este tal José Luis está en una situación complicada, pero aún más lo está su madre a punto de perder la casa por avalar un negocio de su hijo.
"Yo pensaba que un restaurante era algo que ponías a los trabajadores, te relajabas y vigilabas de vez en cuando". Grave problema tiene este chico aparte del inmobiliario: la falta de sentido común.
Igual puede cumplir pronto este guaperas su sueño de vivir sin trabajar. Aunque sea viviendo en la calle y pidiendo limosnas.
José Luis es el propietario de La Mansión, un restaurante situado en Navalcarnero (Madrid).
Y un dueño inepto pues normalmente se rodea de incompetentes; un cocinero que no sabe cocinar y que sueña con ser fotógrafo-"a mi no me gusta para nada trabajar en un restaurante"- y dos camareros, uno que se dedica al mundo del espectáculo-"Encanna", chillaba por el micrófono imitando a los Martes y 13- y la otra chica que se quiere dedicar al mundo de la estética. O sea, un restaurante llevado por aficionados. Todo un sueño erótico para Chicote y su banda de la Sexta. Rodeando a estos incompetentes se encontraba una lacrimógena madre, que de buen grado aceptó ser la avalista de su hijo y hoy teme que le van a quitar su casa.
Lo sorprendente en este programa es que antes de conocer la cocina, conocimos unos bungalows en los que había invertido José Luis 120.000 euros-"esto es el picadero de Navalcarnero", dijo Chicote al verlo-. Despuésm como siempre, Chicote se sentó a la mesa esperando las habituales delicatessen que le sirven. En este caso el cocinero era un tal Manuel, que con una barba desaliñada y una gorrilla sucia parecía salido del penal de Carabanchel: croquetas grasientas, arroz duro y bacalao varias veces cocinado. Después de la obra el tal Manuel se puso a fumar al lado de la cocina. Cigarrito pal pecho, que no se diga.
Entonces Chicote entró a ver de dónde habían salido todas esas joyas gastronómicas. Y se encontró sin abrir las cámaras-su sitio favorito donde meter el morro- un bote de pimentón donde habitaban unos palillos y un tapón de una botella. Al inspeccionar el frigorífico encontró Chicote, como siempre, comida pudriéndose. "Eres un guarro", le escupió al tal Manuel, que se pasó al contraataque amenazándole; "si me vas a llamar guarro igual te llamo otra cosa". El tal Manuel excusó sus pobres platos con la explotación que sufre en el trabajo, al tener que ocuparse aparte de la cocina y veinticuatro horas del teléfono de las habitaciones.
Si además de pasarse por los restaurantes donde va Chicote una inspección de Sanidad, se podría pasar la inspección de trabajo. "No me puedo permitir pagar a tres empleados para llevar las habitaciones", se excusaba José Luis, incapaz de ver los trabajos que podría hacer él. Al final ocurrió lo previsible; Chicote se enfadó con Manuel por unos pelos en un plato y el cocinero/fotógrafo acabó dando huyendo a la carrera. Para relevarle se puso José Luis, que según dijeron sus camareros "no sabe hacer ningún plato", cosa que demostró en el servicio ante la desesperación de Chicote. En ese servicio como siempre en los restaurantes ruinosos de Pesadilla aparecieron una multitud de comensales con caprichos de crítico gastronómico. O algún famoso a cenar gratis. Cosas de la tele.
Chicote para concienciar a José Luis, se lo llevó a una oficina de Stop Desahucios para que le pusieran las pilas. Al final Chicote rescató a Manuel, al que le ofreció volver a ser explotado. Chicote se queja siempre de las gilipolleces del "mucho aceite" o "el pulpo está vivo", pero no advierte cuando se carga de trabajo a un trabajador que encima lleva meses sin cobrar. Y al final el equipo de diseño de Pesadilla les mostró la nueva imagen del local. "Que bonito, es como coger un local nuevo", decía José Luis. Claro, para que lo hundas, campeón. Eso sí, el chico seguía con la estúpida sonrisita tatuada en la cara.
"No puede salir nada mal", decía Chicote mirándo al cámara en plan Ramsay. Son esas frasecitas tan antinaturales y tan fabricadas de guión para que lo pete en el Twitter.
El último servicio salió perfecto, como siempre y encima al tal José Luis le hicieron un cumpleaños sorpresa, para que otra vez brotara la estúpida sonrisa. Al final va a ser verdad que los pobres semos más felices.
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