"El Calvo de la Navidad" rompe su silencio en El País y dice que le retiraron de los spots por "ensombrecer a la Lotería Nacional""

 
 
 
El País ha entrevistado al actor británico Clive Arrindell. Por el nombre no les sonará de nada. Pero si decimos que es "El Calvo de la Lotería", a todos nos viene su imagen;

Calvo es, sin duda, pero no pone fácil recordar a aquel que andaba de año en año con la boca pegada a la mano soplando buenos deseos para el que tuviera un boleto. Aterriza —casi literal— de negro riguroso, con la cabeza a cubierto de un gorro de lana que ni se quita para comer y gafas de ver con unas lentes oscuras extra para cuando el sol pega. La foto, eso sí, pide desnudar el rostro. “¿Frío dices?”, repregunta Clive Arrindell, “pero si vengo de Londres”. Allí vive y trabaja este actor británico nacido hace 63 años en Trinidad y Tobago, una islita paraíso al norte de la costa venezolana. Porque eso es lo que es, intérprete de teatro, aunque en España fue y sea aún el calvo de la Navidad, al que quizá muchos aún añoran.

Y hablando de añoranzas, ¿habrá visto el último anuncio de la Lotería de la Navidad? “Sí, sí”, dice Arrindell, con una sonrisa pícara. No acaba de entenderlo, dicho con educación. Lo que sí comprende bien es la forma de comer en España. Es de Londres, habla un británico exquisito, con un vozarrón y teatralidad gestual muy de la profesión. Pero si se habla de comida, su Londres le recuerda al Joselito, un restaurante de la capital británica de buen jamón.

Ni mete mano del todo a las papas ni acaba de hincar el diente al lenguado. “No te preocupes, a mí me encanta hablar”. Quién lo diría tras ocho años de anuncios sin color ni palabra para la Lotería de la Navidad. Dejó de ser la imagen de la campaña en 2005. ¿Razón? “Me dijeron que mi personaje ensombrecía a la propia marca”, contesta Arrindell. Pero sospecha que fue una forma de hablar, que también tuvo que ver el dinero porque los anuncios no eran precisamente baratos. El caso es que él siguió cobrando cuatro años más por contrato. “Por no hacer nada”, se ríe el actor británico.




De las patatas al pescado le da para contar qué es eso de la “prisión” en la que vivió durante su infancia: un colegio católico de Inglaterra, donde recibió algún bofetón y que le marcó de por vida para “andar siempre pidiendo perdón por la calle”. Y esto viene a colación para comprender porque él está “agradecido” a España, porque siente algo que no sintió en su tierra adoptiva: la mirada de los niños y adultos que con ojos de plato vieron en él magia, suerte y esperanza.

¿Usted cree en esa suerte? “No, no, en verdad yo no creo en la suerte casual, sino en la buena fortuna”, contesta, “no hay nada fortuito o aleatorio, lo que ves ahí fuera no son las circunstancias que te afectan sino las circunstancias que tu has creado”. Uno es siempre parte de lo que pasa. Y eso es lo que lleva como religión, sobre todo tras 25 años de influencia budista. Aunque no quite que cada semana se juegue los cuartos al mismo boleto de la lotería británica. No toca.

Se recuesta sobre la silla para recalcar que sabe qué es la fama, cuál es su “poder” y por qué ahora lo vuelca en la campaña de la ONG Acción contra el Hambre, en la que hará de gancho para hablar de las cifras de los que no cuentan con un plato de comida, unos números muy diferentes de los que mueve el bombo. “No sé por qué me han llamado, pero me honra”. ¿Volvería a anunciar la Lotería? No lo pensó mucho últimamente: “No lo sé, en mi corazón eso se acabó... Si vinieran, lo consideraría y sí, lo haría”.

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