Reproducimos por su interés el artículo de El Gran Wyoming en Infolibre sobre la destitución de Pedro J. Ramírez como director de El Mundo;
Un fantasma recorre el mundo del periodismo, el espíritu de Pedro J.
De distintas maneras se celebra o se duele la destitución del que fuera director del diario El Mundo desde su fundación. En todas se recoge su cualidad de periodista por encima de todo, su capacidad para estar siempre en el “ojo del huracán informativo”, como dice el estúpido tópico, su habilidad para resurgir de las cenizas y su carácter indómito, indestructible.
Astuto como él solo, se rodeó de colaboradores que compensaran la presencia de impresentables mercenarios del periodismo a los que siempre ha hecho sitio en su periódico, convirtiendo así, supuestamente, sus publicaciones en espacios plurales, en plazas de encuentro donde cabe una cosa y su contraria, una opinión y la opuesta, una foto y su negativo. Todo es información, todo es opinión, en esos foros de tinta donde la ética no tiene cabida, donde el fiel de la balanza compensa una mentira con una verdad colocada en el otro platillo, dando resultado cero, la perfecta neutralidad, el centro, la objetividad, la pluralidad.
Quizá ese fuera su mayor logro, el empeño en pretender estar del lado de la libertad de expresión, al tiempo que siempre ha trabajado para los enemigos de esa libertad, para los verdugos de los derechos de los ciudadanos, para los herederos del espíritu intransigente de aquella guerra que parece no terminar nunca para la España más reaccionaria y cruel.
Todos reconocen en su haber las denuncias de tramas corruptas o del escandalo de la guerra sucia contra ETA que derivó en el proceso del GAL, a pesar de tener la habilidad de dejar fuera de esas historias a sus allegados, aunque estuvieran metidos en la basura hasta el cuello. Sorprende que se le conceda tanto mérito periodístico a ese supuesto periodismo de investigación y denuncia cuando utilizó su conocimiento del medio, que era mucho, con fines estratégicos al margen del cometido de la mera información.
Siempre ha trabajado para la causa de la derecha española, esa que aprieta hasta la extenuación, la que exprime hasta la última gota, la que se pone al servicio de la gran empresa y condena a sus súbditos a una pobreza progresiva desde la lucha contra el libertinaje en su día, y con la imposición de reformas estructurales profundas inevitables hoy, porque la crisis nos exige grandes sacrificios para salvar la economía, así, en general, y la de los que mandan, en particular.
Fue el gran transformador de siniestros personajes en valiosas fuentes de información, a las que se consideraba creíbles mientras trabajaban a favor de sus intereses, para convertirlos en delincuentes cuando dejaban de cobrar y denunciaban ese juego execrable. Ocurrió con Amedo, que dejó de tener interés periodístico y mediático cuando reveló que se entrevistaba con Pedro J. y Álvarez Cascos bajo la batuta de Aznar para resucitar el caso de la guerra sucia, con el fin de montar una conspiración que terminara con la que parecía inexpugnable hegemonía de Felipe González. La cosa valía según la valiosa fuente 30 millones de las antiguas pesetas. La trama dio sus frutos.
También y por siniestro que pueda parecer utilizó el atentado del 11-M para intentar deslegitimar la victoria de Zapatero en uno de los casos más degradantes y repulsivos de la historia del periodismo español, no sólo por lo ignominioso del caso, sino también por la perseverancia en la fabulación, que estuvo en la portada del periódico durante años con cientos de entregas. Esta conocida conspiración, cuya fabricación parece ser la especialidad del exdirector de El Mundo, contó, en este caso, con la colaboración del confidente Trashorras, que también pasó de ser pieza fundamental en la denuncia de los hechos para llegar a “su verdad”, a un paria sin crédito que cumple condena en prisión. Por cierto, recientemente, ha trasladado su caso a los tribunales europeos reconociendo por primera vez, después de tantos años, su participación en los hechos. Según sus propias palabras, grabadas en una conversación con su padre, cobraba por cada exclusiva que concedía a El Mundo, siempre al dictado de sus pagadores. “Son unos mercenarios, te pagan a ti para que cuentes cuentos”, decía esa fuente, en la que se basaron para elaborar su famosa versión del atentado en la que colaboraron desde el Congreso de los Diputados, dándole más credibilidad a este señor que a los jueces que investigaban el caso, Mariano Rajoy, Ángel Acebes, Martínez Pujalte, Jaime Ignacio del Burgo, Eduardo Zaplana y un largo etcétera…
Sorprende que, a pesar de que sus excolaboradores recuerden su capacidad para la fabulación y la manipulación, reconozcan en él a un gran periodista. A un lado queda el respeto exigible a un medio de comunicación con sus lectores. No entro a valorar si fueron más sus verdades o sus mentiras. Como otros idiotas que circulan por el mundo sigo creyendo en un periodismo exclusivamente fiel a la verdad, a una verdad, la que legítimamente escoja su línea editorial, con dios o sin él, de derecha, de centro o de izquierda, pero nunca como palanca que desplaza al poder para colocar al colega, como aparato de denuncia al inocente para encubrir al amigo y, menos aún, cuando estas maniobras pasan por encima del dolor y la memoria de las víctimas de atentados a las que se utiliza como pendón que abre la marcha de una estrategia política cuando conviene, que suele ser con demasiada frecuencia.
Ha creado un nuevo estilo de periodismo, no me sienta bien su consumo. Legitima lo que de chungo tenemos.
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