Vaya hachazo de Javier Sardá al independentismo catalán este domingo en El Periódico;
Hace algunas semanas que intento escribir sobre cuestiones más o menos genéricas. Hace algunas semanas que he escrito en base a ideas sobre las que gravitar indolentemente. No son más que vanas tentativas de olvidarme del tema. Pero uno no puede alejarse del hiperrealismo independentista. Tanto proceso agota y se agota en la pura reiteración compulsiva y casi neurótica. Siguen los mediáticos reconvenciendo a los convencidos, remachando remaches y rezurciendo lo ya zurcido. Qué suerte. Nunca hay que buscar temas sobre los que hablar. Se habla siempre del mismo, como en los conventos: «Veritas in simplice». Amén.
Tanta publicidad institucional, tanta Corporació, tanta subvención y el clima político mismo han reconvertido a un amplio sector de la clase periodística catalana: independentismo acomodaticio. El mero hecho de que alguien lo subraye lo convierte ya en un cerdi-unionista. Es de mal gusto hablar de este tema. Es de mal patriota desear que los medios de comunicación no dependan de una misma fuente de financiación: el Govern. Ni que decir tiene que las empresas son distintas, pero pocas se esfuerzan contra el alisio dominante y la ayuda sonante. Mas lo tiene casi todo a favor, aunque ni él sepa para qué.
Algunos hemos trabajado en radio y televisión criticando con toda dureza al Partido Popular de Aznar, que gobernaba con el apoyo de Convergència i Unió. Después gritábamos cada noche «no a la guerra» y llamábamos «hijo de puta» a Bush en directo cuando bromeaba sobre las armas de destrucción masiva. Teníamos mal gusto y nos cerramos puertas que aún lo están. Pero puede que hoy en día un periodista catalán de a pie lo tenga más difícil para hacer una tarea crítica con nuestro establishment. ¿Cuándo saldrán nuestros Gabilondos , Wyomings o Al rojo vivo a la catalana? ¿Quién meterá en cintura al Govern? ¿Ni Dios?
Pedir para que no se nos dé
Estamos en la dialéctica del pedir para que no se nos dé y llegar a hipotéticos pronunciamientos. Si no se puede votar en la consulta, los teorizantes dicen que pasaremos a la siguiente pantalla beatífica para, armados de razón, subir otro peldaño. Como si tal cosa. Pero ¿y la gente? ¿Se quedará el personal tan tranquilo esperando las indicaciones de Forcadell-Mas? Si no votamos el 9 de noviembre, ¿haremos un 4 de 9 amb folre? Es posible y deseable que no se pierda la calma, pero nos consta que ya hay quien se prepara para ciertas protestas no muy del gusto del independentismo de Via Augusta para arriba.
Algunos amigos periodísticos de la Convergència Democràtica más silvestre son claros cuando los micrófonos están cerrados: «O aquí fotem un Kiev o no ens faran ni puto cas». ¡Glups!
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