Para ti, siempre tan luminosa;
Jaime Gil de Biedma, fue un poeta, maricón y burgués que habitó la Barcelona franquista de los cincuenta y sesenta, esa que combinaba el lumpen del barrio chino, la caspa del charneguismo boyante y la alta burguesía, esa que eclipsaba sus grises mañanas de oficina con las luminosas madrugadas etílicas y casquivanas del que no le tiene que dar cuentas a nadie. Gil de Biedma pasó su juventud en Filipinas, donde su familia gestionaba la principal compañía tabaquera de país. Allí, mirando al proletariado que caía en sus depravadas garras, escribió:
Y entonces descubrí que yo me iría,
y en cualquier sitio al que fuera
yo tendría mi cama, y un libro para leer.
Otros en cambio, no se irían.
Ellos seguirán años y años
sin esperar con rabia que den las siete para escapar
y saltar al otro lado de la vida.
Y eso, la miseria absoluta,
el vivir continuamente hostigados por las necesidades
será su vida humana,
será toda su vida.
Su vida en la Barcelona literaria transitó del nihilismo a la apatía, hasta que el SIDA se lo llevó por delante, dejando atrás un escaso y frívolo legado literario. Un legado intermitente del que no cree en casi nada en la vida, del que se ríe de ella con descaro ante los rumores por la espalda, del que mira por encima del hombro a una sociedad gris, conformista, aburrida, rutinaria y encerrada en sí misma. La vida la hacen correr, cual río, las personas con un don, y ese don es no tomarse en serio ni a sí mismo. Ese don es no aceptar las reglas marcadas por otros. Ese don es romper el pensamiento único, que a la masa gris y homogénea le sesga hasta los límites del pensamiento, los límites de sus sueños, que en definitiva son la materia inerte que nos hace volar hacia nuestro destino, un destino feliz que solo tendrán escrito los que antepongan sus ideas propias y únicas, siempre ridículas para la sociedad adoctrinada y doctrinaria. Por eso son únicas, como tú.