El pasado 1 de diciembre el divorcio profesional entre Toño Sanchís y Belén Esteban saltaba a la luz. La ruptura venía precedida de sospechas de la de San Blas sobre su mánager, que en cinco años de relación la había expuesto a la primera plana del famoseo al zambullirla en Sálvame a diario, dejando atrás su plácida etapa al lado de Ana Rosa Quintana.
Desde entonces Belén agudizó su drama personal, concurso con polémica en ¡Más que baile! y Gran Hermano VIP y fue la escritora más vendida del país en 2013 con un Ambiciones y reflexiones del que no escribió ni una coma. Pero era hora de romper con Toño, culebrón que va para tres meses en los que la ex de Jesulín de Ubrique ha dejado caer que su ex mánager le birló un millón de euros, que llamaba a los paparazzi para que la cazaran en situaciones comprometidas y que utilizó su imagen para llevarse pasta incluso con el drama de Lorca.
Pero Belén amenazó con una demanda y con una entrevista en el Deluxe que a día de hoy no han llegado. Por su parte Toño se parapetó en su chalé, perdió a los principales reclamos de su catálogo famosil, se cortó el pelo, protagonizó una surrealista escena que se vendió como un intento de suicidio, tuvo problemas con su mujer después que su ex cuate Jimmy Giménez-Arnau airease sus supuestas infidelidades e intentó con uñas y dientes sobrevivir en la profesión del brazo de personajes menores como Olvido Hormigos o Diego Matamoros, que le acaba de dar boleto.
Este lunes Belén se preguntaba a voz en grito cómo era posible que Mediaset siga contratando a los famosos de Toño, que era consciente de que necesitaba un plan B, porque su plan A era actuar como si nada hubiera pasado. Y ese plan B es mantener a los famosos que pueda, diversificar el negocio zambulléndose en el mundo del porno con Ramiro Lapiedra y negándose por el momento a convertirse en personaje del Deluxe o de las revistas rosas a cambio de convertirse en reclamo de formatos como Levántate VIP.
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