Reproducimos por su interés el artículo publicado por Luis Balcarce, en Disidentia:
El libro titulado ‘PRISA: Liquidación de Existencias’, del que soy autor, no solo narra la historia de tan controvertida empresa española, de su diario de cabecera, El País, y de sus máximos gerifaltes, Jesús de Polanco y Juan Luis Cebrián. También aspira a ser una reflexión sobre nuestra profesión periodística, una cura de humildad como la de aquel ministro de la Transición al que, cuando su secretario le avisó que los periodistas les esperaban fuera de su despacho, dijo solemne: “Que pasen y… coman”.
Raúl del Pozo hizo de Juan Luis Cebrían un retrato despiadado: “cuando estuvo en [el diario] Pueblo era insolente, despreciativo y nos perdonaba la vida. Un dandy rubio, un Julián Sorel del futuro. Era el más listo, el más viajado, el más leído, el más rubio, el educado en los mejores colegios, porque los hijos de otros barones del estraperlo y del fascismo eran tan viajados, tan leídos pero no tan listos”. Desde la adolescencia se acostumbró a dirigir y pastorear equipos humanos, “quizá a causa de una primera vocación sacerdotal, reprimida muy tempranamente, embrión del curioso tránsito íntimo del pastor de almas que no fue, al ingeniero de almas (así definía Stalin a los periodistas) que sería, fue y sigue siendo”, afirmaba José Luis Gutiérrez. “Se mueve como un virtuoso en el plano subliminal. Convertir lo formal en fondo y esencia, ese perfil tan español de deslumbrar al personal con la espectacularidad del atuendo antes que con el contenido de los discursos, los ademanes solemnes, la barba bien recortada, la tipografía adecuada, el uso del icono y el principio de la representación”.
Emilio Romero reconoció que así como nadie se moría hasta que no salía su esquela en ABC, de la misma manera nadie existía si no salía en las páginas de El País. Como dijo Jesús Polanco a Villalonga: “Juan, tú no sabes todavía lo que es un editorial de El País’”. El trato de lujo que los ministros daban a sus corresponsales políticos llevó a que sus competidores acuñaran eso de que “las ruedas de prensa no empiezan hasta que no llega el redactor de El País”, retraso que solía ser premiado, además, con alguna filtración exclusiva. La arrogancia de sus periodistas sería con el tiempo toda una marca de la casa PRISA. Presumían de que una noticia no era noticia si no se publicaba en el diario de Polanco. Esa soberbia fue el pecado original del cebrianismo.
En sus memorias, que podrían haberse titulado Mea Culpa, Cebrián hace un repaso de todos sus pecados: cómo escondió en un cajón informaciones que afectaban a Jordi Pujolen el escándalo de Banca Catalana por orden de Jesús Polanco porque perjudicaba los intereses de El País en Cataluña; cómo Polanco desbancó a José Ortega Spottorno y se hizo con el control de El País comprando las acciones de Antonio García Trevijano con dinero de procedencia turbia y oscura; cómo estuvo a punto de pagar tres millones de pesetas a la organización terrorista ETA por una entrevista con su amigo Javier Rupérez, a quien la banda tenía secuestrado (”¿no se daba cuenta Juan Luis de la situación en que yo me encontraba? ¿O es que acaso todo valía con tal de obtener una buena exclusiva?”, se preguntó Rupérez cuando lo leyó escandalizado) o cómo Cebrián tenía tanta poder que hasta colocaba ministros en el Gobierno de Felipe González como hizo con Javier Solana.
La revolución digital fue un indescifrable enigma que dejó a los capos de PRISA fuera de juego. Internet fue un misterio bíblico para Cebrián. Así todo, le dedicó en 1998 un libro titulado La Red plagado de lugares comunes donde presumía de su faceta de gurú tecnológico. Pero Cebrián no era Nicholas Negroponte. Y la prueba es que fue incapaz de predecir que la tierra prometida no estaba en el fútbol sino en las redes sociales y los móviles. Cuando lo descubrió, ya era demasiado tarde: “Los periódicos somos zombis. Ya nos hemos muerto. Lo que pasa es que, como buenos zombis, nos negamos a admitirlo”, admitió. “
Merecía una revisión esa visión idílica con la que se autopromociona El País como luchador infatigable en favor del consenso de la Transición, olvidando que en 1976 recibió a Adolfo Suárez con el “qué error, qué inmenso error” de Ricardo de la Cierva y en 1977 envió a Fraga a las catacumbas de la Transición con un editorial donde tachaba a Alianza Popular de ser “las cenizas del franquismo”.
Toda desviación del consenso (palabra totémica) será bautizada como ‘crispación’ y será aplastada por la implacable maquinaria cultural de PRISA. Cebrián, como Polanco, no aspiraban a tener el poder sino a orientarlo, a ser sus administradores: la información entendida como consignas establecidas que condicionan a la opinión pública. La misma aspiración tenían Luis María Anson y Pedro J. Ramírez pero esas ideas fueron monopolizadas por el diario El País. Fue Cebrián quién interpretó las ideas fuerza de una sociedad con miedo, el suministrador de la sintaxis de la Transición a una sociedad que necesitaba la protección del Estado y quería ser tutelada por una oligarquía cuyo medio de referencia era El País. El anestesista de ese sueño eterno llamado consenso, su ideólogo, ha sido Juan Luis Cebrián, que no era otra cosa que el temor a que El País te colgara la etiqueta de fascista.
En este libro intento aportar además nuevas e inéditas revelaciones sobre el pacto de sangre entre Juan Luis Cebrián y Jesús Polanco en los inicios de El País, la historia oculta del asalto al poder de Polanco en el accionariado de PRISA a comienzos de los años 80 y la verdadera historia de la ‘Operación Trevijano’, el abogado republicano que perdió su pulso frente a ‘Citizen Polanco’. También quise desenterrar ‘El Antenicidio’ para investigar y desvelar quién fue el verdadero cerebro de esa operación mediática que permitió que el Partido Socialista Obrero Español de Felipe González ganara unas elecciones que tenía perdidas.
Este ejercicio de fascinante de arqueología periodística me llevó a desclasificar el caso Sogecable. Nadie había contado hasta ahora que el protector político de Cebrián y Polanco había sido Jordi Pujol y cómo intercedió ante José María Aznar para que se libraran de ir a la cárcel por apropiación indebida y estafa. Pero las pesquisas del caso Sogecable revelaron algo sorprendente: la estremecedora confesión que me hizo el ex juez Javier Gómez de Liaño: “hubo jueces que recibieron ‘distracciones’ por parte de Polanco”.
El fin de Cebrian “el insumergible”
Fue el establishment nacional el que rescató a PRISA, metiendo dinero a fondo perdido. De los 434 millones de euros que invirtieron la banca y Telefónica en PRISA, se evaporaron 9 de cada 10 euros por el hundimiento en Bolsa. Los 343 millones de euros en acciones que puso la banca hoy apenas valen 30,5 millones. “Un amigo me dijo que yo era como un corcho porque siempre sabía flotar en la inundación sin hundirme nunca”, confesó Cebrián. La eterna baraka (suerte) de “El Insumergible“.
Arrinconado por las presiones de la banca, se salvó por los pelos en abril de 2017 gracias a que el rey emérito Juan Carlos llamó personalmente a Isidro Fainé (La Caixa) y Ana Botín (Santander) para que aflojaran la soga de la deuda que asfixiaba al protegido de la Corona. Seis meses después Telefónica y el Santander intentaron quitárselo de encima sustituyéndolo por Javier Monzón pero Moncloa dio la cara por su buen chico Juan Luis y abortó la operación pactando una presidencia de transición con el nombramiento de Manuel Polanco, alias el “El Pacificador“, que aplacara los ánimos de los rebeldes.
Business, not politics. La suerte de Cebrián comenzó a torcerse cuando Mariano Rajoy le retiró su bendición a raíz de una encuesta publicada por El País que catapultaba a Ciudadanos como ganador de unas hipotéticas elecciones generales solo unas semanas después del batacazo electoral del PP en Cataluña. Con un PP desplomándose en las encuestas, el nuevo consejo que ahora presidía Manuel Polanco tuvo claro que ya no convenía a sus intereses que El País siguiera ejerciendo de rotweiller de la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría y que era el momento oportuno para deshacerse de un activo tóxico como Cebrián.
Una empresa del Paleolítico tecnológico
Los problemas que llevaron a PRISA a su desguace antes que financieros fueron estratégicos. PRISA es una empresa atrapada en el paleolítico tecnológico que vive de las rentas de la editorial Santillana, su aún potente división de radio y el prestigio de una cabecera poco rentable pero mundialmente conocida como el diario El País.
Uno ve a los directivos de Uber o Facebook y los compara con la gerontocracia que habita en PRISA y no necesita ser un lince para darse cuenta de quiénes son los que marcan el paso de la nueva economía de la información y quiénes se han quedado congelados en el hielo como mamuts. Una empresa más glacial que global.
A fines de los años noventa, Polanco y Cebrián sabían que se enfrentaban a un cambio tecnológico brutal que les obligaba a acometer la reinvención de todos los medios del Grupo PRISA porque la bonanza que habían disfrutado a la sombra del poder políticode turno no iba a durar para siempre. Pero estaban más ocupados en alargar la fiebre del oro del fútbol de pago que en prestar atención a la revolución digital que estaba naciendo. Y un huracán digital los arrastró sin contemplaciones.
La PRISA de Polanco era una empresa provinciana, de ordeno y mando. Como presumía Polanco, tres editoriales de El País podían acabar con la carrera de un político. El País tenía un poder de fuego despiadado y su director mandaba tanto como un ministro. Mandaban tanto que su editorialista Javier Pradera podía presumir de colocar a sus amigos en el consejo de ministros tras una divertida cena en la Moncloa.
En la PRISA de Cebrián se valoraban más las fidelidades que la eficiencia. En lugar de reservar provisiones ante el invierno digital que se les avecinaba, Cebrián se lanzó a comprar compulsivamente hasta que empezaron a sufrir los primeros síntomas de asfixia. Por mucha palanca que PRISA pudiera tener, la fuerza de su caja era muy pequeña para levantar la deuda. Los Polanco se frotaban los ojos incrédulos: en sólo unos meses pasaron de vivir en la abundancia, con el granero lleno, a ver cómo a sus cosechas erandevoradas por una plaga de langostas. En apenas unos años las acciones de PRISA pasaron de valer 19 euros a 0,30 céntimos.
La salida de Cebrián ha traído aires de optimismo a la compañía. Y a uno de verdad le gustaría creérselo de no ser por la simple constatación de que en PRISA siguen mandando los mismos de siempre, los mismos que la condujeron a la ruina y ahora se postulan como sus milagrosos salvadores.
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